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¡Las conservas de la abuela!

Para los habitantes de la campiña vesubiana, agosto era el mes de las conservas, principalmente de tomates. Mamá y abuela se organizaban unos días antes, sacaban las botellas y frascos de vidrio que habían ido guardando durante el año, revisaban su estado y los dejaban lavar para luego ponerlos a secar boca abajo. Luego compraron las tapas que faltaban. El abuelo tuvo que preparar el tambor de metal (hecho con bidones de petróleo vacíos que habían dejado los americanos treinta años antes y adaptado inmediatamente para el propósito). Finalmente, se preparó el "trebbodo", el trípode de hierro sobre el que descansaba el tambor.

El fatídico día, al amanecer, se recogieron los tomates y se lavaron inmediatamente poniéndolos en remojo, eliminando aquellos que subieron a la superficie (vacíos por dentro porque habían sido comidos por algún insecto/larva). Luego, a la máquina de salsa de tomate, estrictamente con la manivela girada por muchachos adolescentes en la flor de su vigor físico (después de unas horas de girar la manivela, obtendrías bíceps al estilo "Rambo"). La salsa que salía de aquella máquina era preciosa, no se podía tocar, so pena de "contaminarse". La abuela supervisó personalmente.

Al mismo tiempo se puso a hervir otro recipiente grande y luego se bajaron los tomates enteros a una red durante unos segundos, para poder sacarlos inmediatamente. Luego las hierbas se colocaron sobre una tabla de madera y el pelado se terminó a mano.

Finalmente, las botellas se llenaron sólo con la salsa y los frascos con salsa y unos tomates pelados. Luego se colocaba un haz de paja en el fondo del recipiente y el abuelo, con su experiencia, llenaba con maestría primero los frascos y luego las botellas encima. Una operación delicada que, de haberse realizado de forma incorrecta, podría haber provocado que las botellas y frascos se rompieran durante la ebullición posterior.

Una vez que la lata estuvo llena hasta el borde con agua, se encendió el fuego. Los niños eran los encargados de aportar la leña, que era añadida bajo la supervisión de su abuelo, quien regulaba el fuego para no tener cambios excesivos de temperatura y llevarlo a ebullición lentamente. Y hasta ese momento todos contenían la respiración esperando algún "bang", que cuando ocurría era divertido para los niños, pero enojaba a los abuelos por la "pérdida".

Una vez terminada la cocción, se dejó que el fuego se apagara lentamente, sin olvidarnos de asar los embutidos para la velada que pasaríamos todos juntos, Vinorigoosamente di Gragnano para los adultos y "gasso" para los más pequeños.

Otras veces.

GL

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